La infamia deshonra a quien la profiere y nunca sirve para unir a una comunidad
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Los Institutos Nacionales de Salud representan, en nuestro país, uno de los mejores ejemplos de lo que pueden ser y hacer las instituciones públicas de salud. A lo largo de
su desarrollo, desde la fundación del primero en 1943, han dado un servicio
excepcional en la prestación de atención médica de alta calidad dirigida principalmente
a la población más necesitada y sin seguridad social. Su aporte a la investigación original es invaluable y los coloca como los principales productores de artículos científicos en el campo de la investigación en salud y en su conjunto, como uno de los sistemas con mayor producción de todos los campos de la ciencia.
De igual manera, su contribución al proceso de formación de recursos humanos especializados es única y trasciende las fronteras de nuestro país. Su influencia en la medicina de América Latina es muy bien reconocida. La mayor parte de quienes han dirigido alguno de los institutos, han sido profesionales con respeto por su carrera médica y académica y con autoridad moral adquirida por la conducta ética que demostraron de forma sistemática.
A quienes suscribimos este documento, nos alarma lo que está sucediendo en los institutos nacionales. Muchos de los problemas que se han hecho del conocimiento público como el desabasto, la reducción presupuestal, la falta de personal y el deterioro de la investigación entre otros, se han tratado de ocultar porque existen amenazas sobre los directivos y hay temor entre el personal. La realidad es que el ambiente de trabajo se ha deteriorado y las muestras de represión que se han ejercido son numerosas.
Por lo anterior preocupa lo que sucedió recientemente con la designación del director del Instituto Nacional de Rehabilitación "Luis Guillermo Ibarra Ibarra". A un proceso irregular en la integración de la Junta de Gobierno, se sumó la docilidad de algunos de sus integrantes para seguir las indicaciones de las autoridades de la Secretaría de Salud, además de tolerar que el director designado incluyera, en su propuesta de programa de trabajo, la falta de respeto a la memoria de uno de nuestros médicos notables, con una reputación ética intachable y una labor profesional encomiable.
Quien asume la responsabilidad de coordinar las tareas de su comunidad, debe respetar la historia y el trabajo de quienes le antecedieron. Es indispensable reconocer los problemas, asumir su labor y convocar al conjunto del personal. Nunca es una buena idea iniciar el encargo demeritando a quien, después de décadas de esfuerzo constante, consiguió la creación del Instituto hace 16 años. En particular sí quien difama colaboró con él durante su gestión que concluyó seis años atrás y falleció hace tres años.
Tampoco es válido acusar, a quien concluyó su gestión como director general, de faltas tan serias como corrupción, simulación y tráfico de influencias sin prueba alguna, o usar cifras y datos incompletos para tratar de sustentar una supuesta y grave parálisis institucional con el deterioro consiguiente. Exigimos que el doctor Carlos Javier Pineda Villaseñor se retracte de sus dichos, que ofrezca una disculpa pública y que, en los hechos, contribuya a conseguir la armonía que requiere el Instituto.
De igual manera, su contribución al proceso de formación de recursos humanos especializados es única y trasciende las fronteras de nuestro país. Su influencia en la medicina de América Latina es muy bien reconocida. La mayor parte de quienes han dirigido alguno de los institutos, han sido profesionales con respeto por su carrera médica y académica y con autoridad moral adquirida por la conducta ética que demostraron de forma sistemática.
A quienes suscribimos este documento, nos alarma lo que está sucediendo en los institutos nacionales. Muchos de los problemas que se han hecho del conocimiento público como el desabasto, la reducción presupuestal, la falta de personal y el deterioro de la investigación entre otros, se han tratado de ocultar porque existen amenazas sobre los directivos y hay temor entre el personal. La realidad es que el ambiente de trabajo se ha deteriorado y las muestras de represión que se han ejercido son numerosas.
Por lo anterior preocupa lo que sucedió recientemente con la designación del director del Instituto Nacional de Rehabilitación "Luis Guillermo Ibarra Ibarra". A un proceso irregular en la integración de la Junta de Gobierno, se sumó la docilidad de algunos de sus integrantes para seguir las indicaciones de las autoridades de la Secretaría de Salud, además de tolerar que el director designado incluyera, en su propuesta de programa de trabajo, la falta de respeto a la memoria de uno de nuestros médicos notables, con una reputación ética intachable y una labor profesional encomiable.
Quien asume la responsabilidad de coordinar las tareas de su comunidad, debe respetar la historia y el trabajo de quienes le antecedieron. Es indispensable reconocer los problemas, asumir su labor y convocar al conjunto del personal. Nunca es una buena idea iniciar el encargo demeritando a quien, después de décadas de esfuerzo constante, consiguió la creación del Instituto hace 16 años. En particular sí quien difama colaboró con él durante su gestión que concluyó seis años atrás y falleció hace tres años.
Tampoco es válido acusar, a quien concluyó su gestión como director general, de faltas tan serias como corrupción, simulación y tráfico de influencias sin prueba alguna, o usar cifras y datos incompletos para tratar de sustentar una supuesta y grave parálisis institucional con el deterioro consiguiente. Exigimos que el doctor Carlos Javier Pineda Villaseñor se retracte de sus dichos, que ofrezca una disculpa pública y que, en los hechos, contribuya a conseguir la armonía que requiere el Instituto.
Ana Flisser Steinbruch
Antonio Lazcano Araujo
Antonio Soda Merhy
Beatriz Pagés Rebollar
Enrique Echevarría y Pérez
Fernando Gabilondo Navarro
José Luis Ramírez
José Narro Robles
Marco Antonio Martínez Ríos
Patricia Ostrosky-Wegman
Rafael Álvarez Cordero
Raúl Luis García Aranda
René Anguiano Martínez