¿Qué haríamos si se iniciara un incendio en nuestra casa, donde se halla nuestra familia y se encuentran los bienes que hemos reunido a lo largo de muchos años de trabajo? La respuesta es obvia: trataríamos de sofocar el incendio y salvar a las personas que amamos. Si no lo hacemos o fallamos en el esfuerzo, perderíamos lo más valioso que poseemos. Más aún, nos perderíamos a nosotros mismos.

Pues bien, amigas y amigos: esta es la situación que hoy prevalece en México, que es nuestra casa – la única que tenemos –, donde se encuentran nuestros seres queridos, pendientes del auxilio que podamos brindarles.

Hace dos años llegó a la Presidencia de la República un personaje que ofreció transformar al país, asegurando la libertad y los derechos de los mexicanos e impulsando el progreso y el desarrollo, con seguridad y justicia. Dijo que el pueblo sería feliz bajo su mandato.

Al cabo de ese tiempo, este personaje ha gobernado con base en rencores y ocurrencias cotidianas, carentes de fundamento – cada vez que se le cuestiona, alega que tiene “otros datos”, que nadie conoce – y ha asumido un poder tan creciente como distante de sus promesas originales. Estamos muy lejos de haber avanzado en el camino de la justicia y hemos retrocedido en el de la democracia.

En ese periodo, el gobernante se ha esforzado en dividir a los mexicanos, aprovechando las desigualdades y los agravios que hemos padecido y enfrentando entre sí a los sectores de la sociedad. Se ofreció gobernar para todos. No ha sido así. Por el contrario, se ha sembrado desconfianza, discordia y encono. Se ha descalificado el trabajo de diversos sectores sociales. Se ha ofendido a muchos compatriotas con injurias y acusaciones ligeras. Esto ha propiciado un ambiente de amenazas y agresiones contra quienes difieren de la “versión oficial” sobre los problemas de la nación, ambiente que puede generar o ha generado expresiones violentas en contra de aquellos, con evidente menoscabo de sus derechos.

Se prometió defender y asegurar los derechos de los más vulnerables. En cambio, se privó de recursos a las estancias destinadas a hijos de mujeres desvalidas, se retiró el apoyo a los refugios, se desatendió el clamor de las mujeres, sector primordial y mayoritario de la nación, e incluso se ha propiciado el encumbramiento de sujetos descalificados que pretenden encabezar gobiernos, pese al repudio de la sociedad.

Se ofreció seguridad – “pacificar al país”, dijo el entonces candidato – y lo que ahora tenemos es un incremento de crímenes gravísimos, que han sembrado zozobra en todos los hogares. No hay hora en que no ocurran masacres, asesinatos, violaciones, desapariciones, enfrentamientos entre bandas armadas, que nadie controla ni sanciona. Prevalecen la impunidad y la corrupción que se propuso combatir y vencer.

Se prometió abrir nuevas fuentes de trabajo, mejorar el empleo e incrementar los salarios. Los resultados son muy diferentes: las políticas emprendidas y la pandemia descontrolada han motivado el cierre de millares de pequeñas y medianas empresas, la pérdida de innumerables empleos y el agotamiento de las esperanzas de los jóvenes, que ven oscurecido el porvenir. 

Se dijo que habría salud para los mexicanos. A cambio de eso, se desmantelaron las instituciones de salud pública y la pandemia ha afectado a millones de compatriotas sin que los medios utilizados para frenarla hayan sido eficaces. El encargado de enfrentarla señaló que esta llegaría a su punto máximo en mayo de 2020 y que el peor panorama previsible – “catastrófico”, en sus propias palabras – traería consigo 60,000 defunciones. En cambio, hemos padecido más de 321 mil fallecimientos como consecuencia de una “estrategia” que ha relegado y hecho caso omiso a las recomendaciones de la comunidad científica. 

Cifras de la Secretaría de Salud señalan que, hasta el 31 de enero de 2021, la pandemia había provocado 2,580 fallecimientos y 195, 558 contagios de médicos, enfermeras y camilleros. El personal médico ha tenido que estar en la primera “línea de fuego” atendiendo la epidemia en condiciones adversas, sin equipos de protección, trabajando horas extras, con salarios insuficientes y enfrentando junto con los pacientes las fatales consecuencias del desabasto de medicamentos que ha propiciado el mismo gobierno. Cabe señalar, además, que el programa de vacunación tiene que ser universal, no selectivo y sin uso político.

Se ha privado de recursos a la ciencia, a la tecnología y a la promoción de la cultura, que son instrumentos de verdadera soberanía y medios indispensables para el desarrollo de la nación.   

Se prometió respeto para los poderes de la Unión, que deben operar con independencia. Sin embargo, se ejerce una fuerte presión sobre el Congreso, que no puede “poner o quitar ni un punto ni una coma” a las iniciativas del Ejecutivo, y se amaga al Poder Judicial, cuestionando su independencia. Si no se pliega a las decisiones del Ejecutivo, este promoverá reformas constitucionales que cancelen la independencia judicial.

La amenaza a un juez por conceder un amparo encendió las alarmas de la democracia. Confirmó la aversión del presidente a la división de poderes y su intención de “echar a andar la maquinaria” para ir colocando las bases de un régimen sin equilibrios ni controles que le permitan tener facultades absolutas. Esto llevaría a México a convertirse en un país autocrático, donde la concentración de poder en un solo hombre o en una sola institución pondría en grave riesgo el respeto a los derechos humanos y libertades. 

Estos son apenas algunos ámbitos en los que la realidad contradice a las promesas. El gobierno ha desatendido sus deberes e incumplido sus ofrecimientos. No hemos avanzado, sino retrocedido. Todo hace suponer que esta caída persistirá si no actuamos, con los recursos que la ley nos brinda, para contener el declive y restablecer el orden, el derecho, la seguridad y la paz.

Hemos iniciado un proceso electoral que culminará en junio próximo.  Cuando reflexionemos sobre el sentido de nuestro voto y acudamos a las urnas, deberemos pensar por quién se vota y de nuevo en el incendio que ha comenzado en nuestra casa. Los mexicanos que pueblan el gran hogar que es la nación, merecen esa reflexión y aguardan un sufragio que apague las llamas.

Ese incendio solo podrá sofocarse si los mexicanos nos unimos para defender al país de un gobierno que no respeta las leyes. Por ello, un grupo de profesionales de la salud y de ciudadanos comprometidos con el futuro del país, hacemos una atenta invitación a las academias, colegios, asociaciones y personal de todas las especialidades médicas suscribir y adherirse a las causas expuestas en la presente carta a favor del Estado de Derecho, la Constitución, la democracia y la legalidad. 

Suscribimos esta carta,